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John Stuart Mill, un liberal muy singular

Ser un niño prodigio nunca fue fácil y eso es algo que John Stuart Mill tuvo que aprender. Hijo de un prestigioso filósofo e historiador, nuestro protagonista fue sujeto a un rígido programa pedagógico desde su nacimiento. A los tres años ya estaba familiarizado con el griego y a los doce escribió una 'Historia del gobierno de Roma'.
El objetivo de aquel programa educativo, ideado por su padre y el filósofo Robert Bentham, era convertir a John Stuart Mill en la culminación de una larga tradición intelectual en la que se incluían el utilitarismo filosófico, el empirismo y las tesis económicas de Smith y Ricardo. Mill sería el triunfo y la consagración de la razón victoriana.
Y en parte lo fue, aunque el experimento no salió perfecto. A los 20 años de edad, John Stuart Mill sufrió una crisis psicológica y abrió su privilegiada mente a influencias tan diversas como el positivismo de Comte, la literatura romántica o el socialismo. Huyendo de la ortodoxia en la que había sido criado, Mill encontró el ingrediente secreto de su arrebatador genio.
Y es que un hombre liberal de la cabeza a los pies, un intelectual que defendía la libertad hasta que ésta afectara a la libertad ajena, un hombre de este perfil no podía contentarse con ser el producto de un experimento ajeno. A las convicciones y enseñanzas que John Stuart Mill recibió durante su infancia sumaría posteriormente nuevas ideas de cuño propio.
Así se forjó el ecléctico pensamiento de un liberal que llegó a calificarse como socialista, un defensor del libre comercio que defendía a los sindicatos y que opinaba que el Estado debía tener presencia en el juego económico para defender la igualdad de oportunidades y los derechos de los ciudadanos, incluyendo en esa categoría a las mujeres o a los esclavos.
Heredero de una tradición decadente, John Stuart Mill llevó el liberalismo desde su planteamiento teórico a una posición más humana que casaba mejor con el objetivo final del utilitarismo que había aprendido desde niño: la libertad no es un fin, sino un instrumento para alcanzar la felicidad.
Imagen: Wikimedia Commons